Agencia de Noticias UPB - Medellín. “Es indudablemente un muchacho de mucho coraje, empuje y méritos indiscutibles. Los aficionados de Medellín han recibido con todos los honores y con desbordante emoción al nuevo campeón del ciclismo”, escribía El Colombiano hace 63 años sobre el triunfo de Hernán Medina, ingeniero mecánico egresado de la UPB conocido como “el príncipe estudiante”, cuando en los años dorados del ciclismo colombiano las rutas se estremecían al pasar de los “escarabajos”, bien fuera por su ímpetu al pedalear o por la pasión que detonaban en el corazón de los aficionados.
20 años tenía Hernán cuando su nombre empezó a escucharse en las radios del país. La Séptima edición de la Vuelta a Colombia había visto surgir a un ciclista que con fervor corría en su bicicleta como si para eso estuviese destinado. Y es que, “el príncipe estudiante”, apodo que le concedió Carlos Arturo Rueda, famoso locutor deportivo, ascendía por las carreteras del país con el sueño de subirse al primer lugar en el podio de los ganadores.
Años antes, cuando trabajaba en Aranjuez haciendo domicilios en una bicicleta alquilada, Hernán supo que había algo, tal vez superior a él, que lo motivaba a pedalear. Así, poco a poco, logró ahorrar para su propia bicicleta, sin saber que, pocos años después, sería uno de los ciclistas más reconocidos en el país.
Al iniciar su trayectoria como ciclista en 1955, el joven de origen yarumaleño, conocido por su carácter circunspecto y su pasión por el estudio, repartía su tiempo entre la academia y las competencias deportivas. De origen humilde y corazón aguerrido, siempre tuvo el sueño de estudiar en la universidad, por lo que encontró en la bicicleta una forma de escalar poco a poco para lograr algún día poder pagar sus estudios.
Fue entonces en 1957 cuando corrió su primera Vuelta a Colombia portando los colores verdes del equipo antioqueño, conocido en aquellos tiempos como “la licuadora antioqueña”, y logró ser ganador de la primera etapa y líder de la vuelta. Pero, por un altercado ocurrido en la vía Medellín-Riosucio, donde le impusieron una multa al corredor antioqueño Ramón Hoyos, el entrenador decidió retirar de la competencia a todos los corredores que representaban a este departamento. “Me preguntaron si quería seguir solo, pero no acepté. Yo pertenecía a un equipo y en aquellos años Ramón Hoyos era el ídolo, de haber aceptado no hubiera podido ni siquiera regresar a Antioquia”, agregó Hernán.
Pese a los percances del inicio, Hernán no se detuvo. En 1958 fue campeón de la Vuelta a Guatemala y durante los años siguientes fue ganador de nueve etapas de la Vuelta a Colombia, logrando subir al podio en cuatro oportunidades y obteniendo la victoria definitiva en la Vuelta de 1960, al lograr poner su nombre en la historia el 16 de junio, cuando los colores verdes de su camiseta cruzaron la línea de meta con una ventaja de 7:47 minutos sobre Roberto "Pajarito" Buitrago, quien resultó segundo en el podio.
“Para mí la bicicleta era una fiesta. Sufría y debía gastarle coraje para prepararme, muchas veces me cuestionada al empezar las competencias por qué seguía ahí, pero al finalizar siempre pensaba lo mismo: ojalá inicie pronto la siguiente”, contó Hernán.
Hernán, el estudiante
Habiendo terminado sus estudios de bachillerato, y tras ganar La Vuelta a Colombia en 1960, el “príncipe estudiante” sabía que su carrera como ciclista había llegado a su fin. Sobre esto, Hernán recuerda con cariño como Julio Arrastía, su primer entrenador, y quien lo motivó a competir, se opuso con fervor. “Cuando le conté de mi decisión de dejar las competencias para estudiar ingeniería, el entrenador me llevó un directorio telefónico. Me mostró cuántos ingenieros había en aquel libro inmenso para después preguntarme si veía ahí a algún campeón de La Vuelta a Colombia”. Sin embargo, y pese a amar las competencias, Hernán no lo dudó; y en Bogotá, tras finalizar una etapa en El Campin, se bajó de su bicicleta y anunció que su tiempo en las competencias había finalizado: ahora estudiaría Ingeniería Mecánica en la Universidad Pontificia Bolivariana.
Ahora, siendo estudiante de la Universidad Pontificia Bolivariana, gracias al apoyo económico que le brindó Bavaria, el “príncipe estudiante” por fin había cumplido su sueño. Hasta que, en 1960, tuvo la oportunidad de participar en los Juegos Olímpicos de Roma. Fue entonces cuando su madre, Judith Calderón, mujer de la que tal vez heredó su gusto por el estudio, se opuso con vehemencia.
“Fue la primera vez que me le revelé a mi mamá. Ella quería que estudiara, pero yo cancelé la matrícula y me subí a ese avión sabiendo que competiría, pero que jamás dejaría de manera definitiva el estudio. Esperaría al siguiente año para volverme a matricular”, añadió Hernán.
Y así fue, tras los Juegos Olímpicos de Roma Hernán retomó su carrera en la Universidad Pontificia Bolivariana y, aunque a veces solía montar bicicleta, jamás volvió a competir de manera profesional. El “príncipe estudiante” había cumplido su sueño.
Hernán, el empresario
En la casta de una familia humilde y trabajadora, donde doña Judith Calderón y don José Medina luchaban por sacar adelante a sus ocho hijos, Hernán aprendió sobre las dificultades que enfrentaban miles de personas en una Antioquia todavía pueblerina. Heredó de su padre, quien era camionero, el amor por los autos y la mecánica.
Al finalizar su carrera y trabajar en como ingeniero, pudo ahorrar lo suficiente para comprar unos camiones, y junto a unos amigos, de los que habla con devoción, inició una natillera para adquirir una pequeña empresa camionera.
Su mentalidad innovadora y su casi nato conocimiento sobre los camiones, llevaron rápidamente a que la pequeña empresa rindiera frutos. Pese a esto, Hernán jamás perdió su humildad, recordando siempre los recorridos de su padre como camionero.
De su disciplina, entrega y pasión todavía hay mucho que aprender, pues, “el príncipe estudiante” que ahora dedica su tiempo a seguir aprendiendo, pasar tiempo con su familia, hacer recorridos en bicicleta cada tantos días y cuidar de sus plantas, jamás olvida su mayor propósito: ser un eterno estudiante y aprender cada día para así poder ayudar a mejorar las condiciones de vida de sus trabajadores y hacer que las rutas que alguna vez se estremecieron a su paso, puedan cumplir muchos otros sueños como los que él alguna vez tuvo.
Por: Yessica Pérez Gómez. Agencia de Noticias UPB
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